Última actualización noviembre 22nd, 2024 7:38 AM
Alberto Baillères González, hombre de múltiples negocios cultivados en México, empoderados en la Bolsa Mexicana de Valores, se distinguió por su virtuoso olfato para detectar dónde había utilidades monumentales para la inversión. Hasta su muerte, el 2 de febrero pasado, había integrado en el Grupo Bal al menos una decena de millonarias empresas, como la Minera Fresnillo, Industria Peñoles, la aseguradora Grupo Nacional Provincial y el Palacio de Hierro. Estos “botones de muestra”, centavos más, centavos menos, totalizan un valor de mercado de 261, 776 millones de pesos.
CIUDAD DE MÉXICO (18/04/2022).- Más que un aparato, parecía una vieja pintura sacada de la exclusiva e impecable sección de antigüedades localizada en el mismo sótano de la tienda.
Siendo así, era normal y hasta justificado exhibir la pieza a tres metros del piso, colgada en la pared y sobreprotegida al inevitable tocamiento de clientes emocionados. Era pequeña, rectangular y muy delgada, lo que dificultaba su identificación plena a golpe de vista.
El intrigante cuadro era, efectivamente, una “obra”, pero de la tecnología. En ese momento, a no dudarlo, el Palacio de Hierro mostraba en su tienda de la calle Durango, en la colonia Roma de la capital del país, uno de los primeros televisores de plasma sacados en 1997 al mercado de consumo en México, pero de manera discreta, con el obligado sigilo que exige la exclusividad.
En cálculos actuales, el aparato costaba el equivalente a los 12 mil euros, la moneda que dos años después irrumpió en los mercados financieros internacionales. En pesos de aquel México agitado –porque el hasta entonces omnipotente PRI había perdido, por primera vez, la mayoría en el Congreso de la Unión, y por la inminente asunción de Cuauhtémoc Cárdenas como primer Jefe de Gobierno del que era el Distrito Federal—, el precio de la exquisita obra rasgaba los 200 mil pesos. Para establecer un referente de comparación: una televisión “normal” Panasonic de 29 pulgadas y casi 80 kilogramos de peso costaba, ahí mismo, 30 mil pesos… “a meses sin intereses”, repetía, para convencer, el empleado vendedor.
¿Qué movía tanto al estupor aquel cuadrito electrónico de veintitantas pulgadas? El precio, por supuesto, y la novedad convertida en primicia por el Palacio de Hierro, para su clientela. Tenía, por añadidura, un distintivo: el autor directo de la exclusividad era mencionado en la tienda con respeto y casi reverencia. “Don Alberto se empeñó en ganarle a la competencia”, presumía el empleado, como si ostentara con el mencionado una entrañable relación familiar.
Ese “don Alberto” era, sin duda, Alberto Baillères González, el poderoso hombre de múltiples negocios cultivados en México, empoderados en la Bolsa Mexicana de Valores y que, hasta su muerte el 2 de febrero de este año, había integrado en el Grupo Bal, al menos una decena de millonarias empresas, como la Minera Fresnillo, Industria Peñoles, la aseguradora Grupo Nacional Provincial… y, obviamente, el Palacio de Hierro. Estos “botones de muestra” totalizan, centavos más, centavos menos, un valor de mercado de 261 mil 776 millones de pesos.
Alberto Baillères González, que en el apogeo de su frenesí productivo disputó siempre la supremacía de “hombre más acaudalado de México”, despertó pasiones por igual en el mundo taurino y de los negocios, así como en el de la política… en la cual, por cierto, no tuvo participación. Al menos, no de manera directa.
Político o no, esta clase le reconoció en 2015 el saldo que en el terreno social engendró desde el sector privado. Un bullicioso ceremonial celebrado el 12 de noviembre de ese año, redondeó en el Senado de la República el otorgamiento a Baillères de la emblemática medalla “Belisario Domínguez”, concedida cada año a mexicanos eminentes.
Aquella vez, orillado por esa fugaz aparición pública, reveló la filosofía de su quehacer mercantil: “La retribución empresarial debe ser acorde a lo que recibe la sociedad y no el fruto de privilegios, prebendas o abusos”, admitió en el Senado de la República ese experimentado economista a sus 84 años de edad, en ese entonces.
Controversial como llamativa, fue su conducta cuando ésta trascendía a la esfera pública. Dispuesto a invertir siempre con utilidades, la riqueza ora arrancada al subsuelo, ora lograda con la respetable renta de la venta preferencial de mercancía y servicios a la clase privilegiada e incluso a la media, Alberto Baillères González se excedía también en invertir más para sí mismo que para arrancarle dividendos al “negocio” de la tauromaquia.
En rasgos biográficos, se describe que el gusto por esa actividad que colinda entre el deporte y el culto a las emociones sangrientas imputadas a un toro y a un torero en medio de una plaza repleta de hombres y mujeres rudos y alcoholizados en su mayoría –como lo describirían en el siglo pasado literatos ilustres y cronistas de la farándula ganadera—, le procuró a Baillères la compra, con escaso provecho económico en su manejo, de diez enormes y famosos escenarios para el toreo en Aguascalientes, Guadalajara, Monterrey, Tijuana, León, Irapuato, Ciudad Juárez, Acapulco y Guanajuato.
No escaparía a sus dominios la célebre Monumental Plaza de Toros México, “salvada” en 2016 de una caprichosa crisis de la que no termina de reponerse por obra incluso del terrorífico virus que azota a la humanidad.
Esas plazas, si bien reflejaron durante 60 años la supremacía en el “negocio” de la tauromaquia por parte de Baillères González, mostraron y han de seguir mostrando las consecuencias de un inusitado desinterés por mantenerlas vigentes, pero que en el fondo se traduce como un mecanismo de acaparamiento para el control de ese caro entretenimiento.
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Alberto Baillères González, hombre de múltiples negocios cultivados en México, empoderados en la Bolsa Mexicana de Valores, se distinguió por su virtuoso olfato para detectar dónde había utilidades monumentales para la inversión. Hasta su muerte, el 2 de febrero pasado, había integrado en el Grupo Bal al menos una decena de millonarias empresas, como la Minera Fresnillo, Industria Peñoles, la aseguradora Grupo Nacional Provincial y el Palacio de Hierro. Estos “botones de muestra”, centavos más, centavos menos, totalizan un valor de mercado de 261, 776 millones de pesos.
Con más de 40 años de experiencia en el campo del periodismo Lorenzo Delfín, Premio Nacional De Periodismo 1989 del Club De Periodistas en el género de "Encuesta", cuenta con una amplia trayectoria en medios de comunicación en la que destaca la dirección del periódico El Día, donde también fue miembro de los consejos Editorial y de Administración. Periodista especializado en política, fue reportero de diversas “fuentes” en el entonces Distrito Federal, ahora Ciudad de México, como el Comité Directivo del PRI; delegaciones políticas; la Asamblea de Representantes; el Departamento del Distrito Federal; el Congreso de la Unión y Partidos Políticos. Asimismo, cubrió procesos y campañas electorales, tanto a nivel federal como en diferentes estados de la República; además de cubrir municipios del Estado de México.
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